domingo, 28 de febrero de 2010


El fenómeno Fort es un fenómeno político. Así lo prueba el hecho de que no solo cronistas varios sino también el propio Estado procuren entender a Ricky, o mejor, lo que Ricky significa. Para Sandra, es el signo más evidente de la reacción neoliberal. Para Daniel Rosso, de la Secretaría de Medios de la Nación, es un síntoma de la falta de proyecto de país de ciertos sectores medios. Martín construye una parábola precisa para cuestionar el anti-progresismo superficial de Fabián Casas, quien intenta salvar al único famoso que dice la verdad. El comentador Maiakovski le contesta a este último develando una operación mercadotécnica.
Ricky fue el suceso que le permitió a Tinelli continuar su programa en la segunda mitad de 2009, luego de que Gran Cuñado cumpliera el cometido de dibujar con una parodia la imagen del candidato del rechazo. Vive de los dividendos que genera la venta del chocolate emblema de la industria animada nacional pero quiere replicar en la costa argentina el Paraíso descripto en los libros sagrados del menemismo: una playa de Miami, donde comparte su alegría con su novia de platino y siete bellos y marcados muchachos a quienes él mismo bautizó "gatos". Fort se apropió de la imagen simplificada que cierto progresismo construyó de los noventa para justificar el hecho de que el origen de su riqueza no es el trabajo, y que el destino de la misma no es la inversión. Ricky no adhiere al modelo K y su vida, su imagen, sus habilidades y sus proyectos insisten en ello. Pero no es nostálgico: no le gusta recordar su juventud triste allá por los noventa. Fort le pone el cuerpo y la voz a la reacción que anhela convertirse en proyecto político. El mundo de Fort es armónico e idílico: en él se subliman la disgregación y los enfrentamientos múltiples de la oposición. En él los conflictos solo pueden venir de afuera. En él la entelequia del consenso se hace carne. El mundo de Fort es un imposible, un deliberado artificio. Sí, Sandra Russo tiene razón: es el Mal. Y al Mal se lo descubre pisándole los pies.

lunes, 22 de febrero de 2010

MILLED RICE

Las fotos que Martín sacó en Haití son complejas. Dan cuenta de una realidad compleja. El casco azul que sostiene al nene mientras conversa familiarmente con su madre y el cartel prohibitivo, la perspectiva desde la pila de escombros y el hombre posando frente a la pared que acaba de levantar, la mirada más o menos resignada o más o menos rabiosa de las ciudadanas y la tristeza administrada del presidente. Hemos aprendido, aprendemos diariamente a instalar esa complejidad, a repetirla casi, en la indagación histórica o sociológica. Hemos aprendido a rechazar tanto la persistente ortodoxia como el progresismo simplista. Que K no es lo mismo que M, que Fort no es el Mal, que las letras redondas surcadas por la cinta celeste y blanca no volverán. Pero ¿cómo evadir ese recorrido nítido por las bolsas de polipropileno de USAID, en definitiva tiradas una encima de las otra? ¿Qué agudeza intelectual o política puede ganarle a semejante imagen?

jueves, 18 de febrero de 2010

Ezeiza y choripán


Una neblina húmeda campea sobre Ezeiza. Una piba linda y arreglada que está acompañada por una señora que probablemente sea su madre se acerca al puesto con la intención sabida de comprar unos choripanes. Es una día de fiesta; la fiesta de la familia popular. En los pocos minutos que dura la transacción, se escuchan unos disparos. La joven le pregunta al vendedor qué pasa, aunque ya se lo imagina, lo sabe, lo toma con "naturalidad", ese es el barro político que amenaza con hacerse evidente ese día brumoso de la historia, un día "de Billiken". El vendedor de choripanes hace un comentario cómplice: "No es nada, vio cómo son estos muchachos..." La piba y la señora tendrán que rajar en poco tiempo de ahí, y el vendedor también. La señora, vieja militante peronista, querrá quedarse, pero su hija, conocedora de las dificultades de la coyuntura, la obligará a salir rápidamente de ahí.
Esa es la parte que más me gustó del capítulo CFK de Presidentes de Latinoamérica. No se trata solamente de la articulación gastronómica de la disputa por el sentido del peronismo y su realización política en 1973. El choripán, el consenso tácito entre la piba y el vendedor, es el lenguaje político por excelencia. Cristina Fernández cuenta los setenta con humor, no con dramatismo. La historia se repite como comedia, y el recuerdo tendrá necesariamente una forma adecuada a su objeto. Idealizar es construir(se) una imagen cerrada, estática y homogénea del mundo. Frente a esa imagen, la contrastación necesariamente política entre la teoría y la práctica se convierte en rechazo evasivo, en edificación de un mundo feliz que solo devuelve frases cristalizadas y complicidades ciertas. La tragedia es una entelequia; Haití no es un terremoto. El humor es crítico, pone en crisis interpretaciones transparentes y perfectas. El humor es brumoso, es la bruma que amenaza con hacer evidente el barro.

sábado, 13 de febrero de 2010

Número Cero


Como intervención política en la crisis BCRA de enero, CTA-ADUNS emitió una declaración de rechazo al Fondo del Bicentenario propuesto por el Ejecutivo, apelando al viejo tópico de la "ilegitimidad" de la deuda externa que conoció su vidriera más nítida en los últimos meses del gobierno de la Alianza y en el default pop de Rodríguez Saá. La condena al FB se centró en el supuesto de que la deuda era la responsable de que millones de nuestros niños no tengan qué llevarse a la boca, a causa del servilismo de cumplir religiosamente con espurios compromisos contraídos en dictadura. Bastó que un docente y afiliado al gremio retrucara la declaración para que se sucedan siete entradas en las que posiciones políticamente situadas difícilmente pudieron saltar el cerco de la constelación rememoradora de las viejas luchas contra el imperialismo, devenidas versículos siempre al alcance de la mente. Parece difícil hacer callar a los profetas de la objetividad capitalista apelando a categorías tan esquivas como "lo posible", o a identidades políticas decisivas como el peronismo. La fisura del mundo en el que vivimos, la plusvalía, se convierte en la negación de la historia, en el rechazo teleológico de una dinámica definida por avances y retrocesos, desvíos y rupturas, repeticiones más o menos paródicas. La historia como continuidad lineal y homogénea, como tiempo sagrado del capital, se hace de consignas cubiertas de polvo, prestas a desempolvarse cuando surjan las condiciones adecuadas -cuando los otros, los que se meten en el barro profano de la gestión, las generen-. El no pago de la deuda externa por ilegítima es una de esas consignas. Surgida (o resurgida) al calor de las últimas maniobras de un gobierno desesperado por paliar el déficit fiscal para seguir endeudándose, sus quince minutos de fama terminaron con la objetividad económica vuelta eslogan político: Rodríguez Saá anunciando el default. ¿Por qué la izquierda retoma banderas inevitablemente adheridas a los rasgos más grotescos de un modelo económico que progresivamente va quedando en el pasado? ¿Por qué ese blindaje al interés en revisar, problematizar, reajustar, la consigna desde un presente distinto? ¿Cómo hundir la proclama en la materialidad de la historia, refractaria de la sagrada ganancia?