Como intervención política en la crisis BCRA de enero, CTA-ADUNS emitió una declaración de rechazo al Fondo del Bicentenario propuesto por el Ejecutivo, apelando al viejo tópico de la "ilegitimidad" de la deuda externa que conoció su vidriera más nítida en los últimos meses del gobierno de la Alianza y en el default pop de Rodríguez Saá. La condena al FB se centró en el supuesto de que la deuda era la responsable de que millones de nuestros niños no tengan qué llevarse a la boca, a causa del servilismo de cumplir religiosamente con espurios compromisos contraídos en dictadura. Bastó que un docente y afiliado al gremio retrucara la declaración para que se sucedan siete entradas en las que posiciones políticamente situadas difícilmente pudieron saltar el cerco de la constelación rememoradora de las viejas luchas contra el imperialismo, devenidas versículos siempre al alcance de la mente. Parece difícil hacer callar a los profetas de la objetividad capitalista apelando a categorías tan esquivas como "lo posible", o a identidades políticas decisivas como el peronismo. La fisura del mundo en el que vivimos, la plusvalía, se convierte en la negación de la historia, en el rechazo teleológico de una dinámica definida por avances y retrocesos, desvíos y rupturas, repeticiones más o menos paródicas. La historia como continuidad lineal y homogénea, como tiempo sagrado del capital, se hace de consignas cubiertas de polvo, prestas a desempolvarse cuando surjan las condiciones adecuadas -cuando los otros, los que se meten en el barro profano de la gestión, las generen-. El no pago de la deuda externa por ilegítima es una de esas consignas. Surgida (o resurgida) al calor de las últimas maniobras de un gobierno desesperado por paliar el déficit fiscal para seguir endeudándose, sus quince minutos de fama terminaron con la objetividad económica vuelta eslogan político: Rodríguez Saá anunciando el default. ¿Por qué la izquierda retoma banderas inevitablemente adheridas a los rasgos más grotescos de un modelo económico que progresivamente va quedando en el pasado? ¿Por qué ese blindaje al interés en revisar, problematizar, reajustar, la consigna desde un presente distinto? ¿Cómo hundir la proclama en la materialidad de la historia, refractaria de la sagrada ganancia?
sábado, 13 de febrero de 2010
Número Cero
Como intervención política en la crisis BCRA de enero, CTA-ADUNS emitió una declaración de rechazo al Fondo del Bicentenario propuesto por el Ejecutivo, apelando al viejo tópico de la "ilegitimidad" de la deuda externa que conoció su vidriera más nítida en los últimos meses del gobierno de la Alianza y en el default pop de Rodríguez Saá. La condena al FB se centró en el supuesto de que la deuda era la responsable de que millones de nuestros niños no tengan qué llevarse a la boca, a causa del servilismo de cumplir religiosamente con espurios compromisos contraídos en dictadura. Bastó que un docente y afiliado al gremio retrucara la declaración para que se sucedan siete entradas en las que posiciones políticamente situadas difícilmente pudieron saltar el cerco de la constelación rememoradora de las viejas luchas contra el imperialismo, devenidas versículos siempre al alcance de la mente. Parece difícil hacer callar a los profetas de la objetividad capitalista apelando a categorías tan esquivas como "lo posible", o a identidades políticas decisivas como el peronismo. La fisura del mundo en el que vivimos, la plusvalía, se convierte en la negación de la historia, en el rechazo teleológico de una dinámica definida por avances y retrocesos, desvíos y rupturas, repeticiones más o menos paródicas. La historia como continuidad lineal y homogénea, como tiempo sagrado del capital, se hace de consignas cubiertas de polvo, prestas a desempolvarse cuando surjan las condiciones adecuadas -cuando los otros, los que se meten en el barro profano de la gestión, las generen-. El no pago de la deuda externa por ilegítima es una de esas consignas. Surgida (o resurgida) al calor de las últimas maniobras de un gobierno desesperado por paliar el déficit fiscal para seguir endeudándose, sus quince minutos de fama terminaron con la objetividad económica vuelta eslogan político: Rodríguez Saá anunciando el default. ¿Por qué la izquierda retoma banderas inevitablemente adheridas a los rasgos más grotescos de un modelo económico que progresivamente va quedando en el pasado? ¿Por qué ese blindaje al interés en revisar, problematizar, reajustar, la consigna desde un presente distinto? ¿Cómo hundir la proclama en la materialidad de la historia, refractaria de la sagrada ganancia?
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