Hemos vivido para la alegría
por la alegría hemos luchado
y por ella morimos.
Que la tristeza no sea unida jamás
a nuestro nombre.
Julius Fučík
Ercilia Ángela te llamó mi abuela. Mi prima nunca te pudo llamar mamá. Y yo te llamo Chuchi, mi tía, la que no conocí.
Recuerdo del recuerdo de mi abuela que una vez subías al colectivo y viendo venir a las corridas a un muchacho, pediste al chofer que espere, y llegado el momento de arrancar, el muchacho siguió de largo y te tocó el culo. Así lo contaba mi abuela y reía, orgullosa de su hija. ¿Y vos tío? ¿También reíste, orgulloso, cuando te lo contaron?
Ustedes murieron dos veces, en mi infancia y en mi adolescencia, y ahora se me vuelven a morir. Cuando tenía 6 años pregunté a Meli si no estaba triste porque el papá y la mamá murieron en un accidente de autos. Y ella con sus 12 años me respondió: “No, porque no los conocí”. Esa fue mi primera pregunta a la muerte y esa es la única respuesta que me dieron. Y durante muchos años creí que era cierta, la mentira y la respuesta: aunque sean los propios padres no podés llorar por un muerto que no conociste. Mucho tiempo después sentí que no llorás lo perdido sino lo que nunca vas tener. Una tía y un tío míos: Juan Carlos Castillo y Ercilia Ángela Kooistra, el Negro y Chuchi.
No recuerdo el momento en que descubrí sus verdaderas muertes. Pero sí recuerdo el día, en que en una plaza pública, en una de las muchas manifestaciones en que estuve presente por el 24 de marzo, ví tu foto, Chuchi. Y me duele, me duele no poder hablarte a vos y usar esta ficción de la escritura para decirte que por primera vez te ví en el lugar de los desaparecidos. Era la foto que mi abuela tenía en el espejo circular enorme de su cómoda. Era la foto de una mujer radiante, de ojos claros y de abundante pelo rubio que sonreía. ¿Sabés la cantidad de veces que me dijeron que me parecía a vos? Y lloro de bronca porque cuando te desaparecieron, quitaron de mí la totalidad de una experiencia de vida: saberme y sentirme tu sobrina.
Por eso, en este instante Chuchi, Negro los abrazo, los lloro y los amo porque asesinados o desaparecidos son mis tíos y, esta verdad silenciada por años, hoy despierta, da tanta vida, que sonrío orgullosa de afirmar hoy y siempre que soy Natalia Fiore, su sobrina.
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