lunes, 31 de mayo de 2010

Periodizar es hacer política

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I

"El Conu" publicó hace unos días una encuesta interesante: ¿Cuándo terminaron "los noventa"? Las cuatro opciones son: con M*nem, con Duhalde, con Kirchner y no sé. La encuesta reacciona contra el uso habitual de esa categoría como estrategia militante. Los noventa son "pasado-pasado", según Conu, y el kirchnerismo debe hacer política relacionándose con su pasado, no con aquel lejano. La encuesta reunió, hasta ahora, más de 200 votos y 50 comentarios. Cuatro blogueros publicaron entradas alusivas, justificando su voto y haciéndose eco de la encuesta. Los resultados parciales mayoritarios son 'con Kirchner' 54% y 'con Duhalde' 38%.

II

La pregunta por el fin de una época, en un formato de escritura periódica como el blog, da cuenta de que algunos nos sentimos en medio de una transición histórica, y que necesitamos definir el límite anterior (el inicio) de esa transición para posicionarnos mejor y ser eficaces para sumar. En 2007 fue suficiente marcar una diferencia: un "país distinto", dijo CFK en su discurso de asunción, marcando el final de una etapa. Después, la diferencia se convirtió en oposición. Luego del fracaso de la estrategia "Nosotros o el 2001", el kirchnerismo tenía que poder señalar el neoliberalismo, y ahí estaba la tapa de Clarín.

III

Yo voté por Duhalde: década del noventa no es igual a neoliberalismo -con el que seguimos luchando. Todavía no podemos nombrar el futuro, así que tomamos el atajo del pasado (1946, o 1974).

IV

Un comentarista ratificó mi tesis de que Ricky es cosa del presente.

V

Bicentenario: ¿De la fiesta menemista a la alegría kirchnerista?


(*) Para mí los noventa fueron Vilma Palma e Vampiros.

sábado, 8 de mayo de 2010


Últimamente estoy trabajando la idea de que Kirchner no puede encarnar ningún futuro, la nueva política, la nueva sociedad o como quiera decirse. Creo, más bien, que es el único que queda de la política nacional de los últimos cuarenta años que puede meter el país en el baúl del auto y llevarlo hacia un lugar distinto. Incluso podría pensarse la cuestión en términos generacionales: producir generaciones de políticos -y entre ellos, unos poquitos conductores- es una de las tareas básicas de un país. La generación que escuchó hablar de Evita a sus viejos, la que fue a Ezeiza a recibir a Perón, la que fue reprimida, la que participó de los noventa, tuvo dos timoneles de Estado: Carlos Menem y Néstor Kirchner, que fueron, ante todo, dos grandes normalizadores (cuando "los setenta" tenían que llegar a su fin para pasar a otra cosa, llegó Menem, y cuando esa otra cosa -la convertibilidad en su sentido más total, como reforma económica y cultural- hizo crisis, llegó Kirchner). La fábrica de dirigentes se encarga de que alguien tenga capacidad de atracción o lucidez histórica para encarar las reformas necesarias, para marcar un punto de inflexión en la historia. Y, por supuesto, un dirigente siempre pone un poco de lo suyo: acepta el reto, o está ahí, en el momento justo.

Cuando Menem se abstiene para que Marcó del Pont pueda ser presidenta del Banco Central, reconoce que en el asiento del conductor viaja Néstor Kirchner.